Un año más, se acerca el 28 de junio y, con esa fecha, estamos en puertas de volver a salir a las calles a reclamar la visibilidad para todas las minorías sexuales: lesbianas, gais, transexuales, bisexuales e intersexuales. Reivindicamos nuestros derechos a ser, a vivir y amar como queramos. Y lo hacemos en esta fecha porque no podemos olvidar que fue ese día, en 1969 cuando nuestros hermanos y hermanas de Nueva York salieron a las calles para protestar contra la violencia policial que atacaba, reprimía y extorsionaba a toda la comunidad.
Aquellos acontecimientos, que se repiten en nuestros días en forma de revuelta contra el racismo policial, fueron el punto de partida de una lucha por nuestra dignidad como personas y por nuestros derechos, que eran negados de forma sistemática en todo el mundo. Aquel desafío dio paso a una lucha global que se prolonga hasta hoy. Lo que se inició como la lucha por la liberación gay, en poco tiempo se convirtió en un frente que agrupaba a lesbianas, trans y resto de minorías.
Esa liberación se entendía como el deseo y la necesidad de que, como colectivos, participáramos activamente en los diferentes proyectos existentes en aquel momento para transformar una sociedad que nos negaba y reprimía. Cuando ha pasado más de medio siglo, esa lucha, a pesar de los grandes avances obtenidos en términos de equiparación de derechos y visibilidad social, continúa vigente porque siguen siendo muchos los obstáculos que como colectivos tenemos que enfrentar en nuestras vidas cotidianas.
Este hecho es especialmente claro cuando se refiere al colectivo trans, que sigue siendo víctima de una patologización/medicalización de sus vidas, padeciendo elevados niveles de agresiones, carencia de derechos, altos índices de exclusión social, etc. Seguimos pensando que, en el mundo actual, todas las personas deberíamos tener reconocidos los mismos derechos, con independencia de nuestra orientación sexual e identidad de género.
Nos ha tocado vivir la época de la pandemia del coronavirus que ha irrumpido en nuestras vidas a lo largo de este año. Pero no podemos olvidar que la pandemia que más afecta a la comunidad LGTBI es el auge de una ultraderecha agresiva, que cuestiona los avances alcanzados después de décadas de lucha. Los discursos reaccionarios y fóbicos, las referencias continuadas a un modelo único de familia, las campañas para borrar la diversidad afectiva y sexual del currículum educativo y el creciente número de agresiones físicas, son síntomas de un peligroso virus que se extiende por nuestra sociedad.
Por todo ello, hoy es imprescindible reafirmar nuestras aspiraciones para que se reconozcan nuestros derechos, reforzar el deseo de alcanzar un nuevo modelo social en el que conceptos como machismo, patriarcado o misoginia hayan sido erradicados. Una sociedad en la que no seamos víctimas de ningún tipo de exclusión, social o laboral.