La Logopedia dentro de la Atención Temprana. 

La Logopedia dentro de la Atención Temprana. 

Neus Martorell Dols, logopeda y fisioterapeuta. Illes Balears.

En el marco de la Atención Temprana y el desarrollo infantil, surge la pregunta del millón que muchos padres y madres, e incluso numerosos profesionales del ámbito de la salud, la educación y los servicios sociales, se plantean.

La pregunta es: ¿cuándo debemos empezar logopedia?

La respuesta tiene muchos matices, y no es exclusiva. Y aunque esto pueda parecer abstracto, puede resultar esclarecedor. Quizá ayude a comprender la magnitud de lo que significa hablar y que existen diferentes maneras de realizar logopedia. Y sobre todo, entender realmente qué hace o puede hacer un/a logopeda.

Por ello, intentaremos reflexionar sobre este tema desde el enfoque de la Atención Temprana y de la propia Logopedia, situándonos en la realidad de las familias con un niño/a menor de 6 años que presenta o puede presentar dificultades en el habla, el lenguaje, la comunicación, la voz, la deglución o en las diferentes funciones orales.

Por un lado, sabemos que, según su Libro Blanco, la Atención Temprana se entiende como un conjunto de actuaciones urgentes de carácter preventivo, de detección, diagnóstico y de intervención terapéutica de carácter interdisciplinar, que se extiende desde el momento del nacimiento hasta que el niño/a cumple los seis años, incluyendo, por tanto, las etapas perinatal y postnatal y la primera infancia (caib.es). 

Por otro lado, sabemos que la Logopedia es la disciplina encargada de la prevención, evaluación y tratamiento de los trastornos de la comunicación humana, manifestados a través de patologías y alteraciones de la voz, el habla, el lenguaje (oral, escrito y gestual), la audición y las funciones orofaciales (respiración, masticación y deglución) tanto en población infantil como adulta.

Con estas dos definiciones, las respuestas a la pregunta inicial podrían ser: en cualquier momento, cuando sea necesario, cuando surja una dificultad, para prevenir, para evaluar… Es decir, podemos hacer logopedia desde los primeros días de vida. Lo importante es saber y entender todo el ámbito de actuación que incluye la logopedia, su evidencia y qué intervenciones se realizan en cada momento de la primera infancia.

Una vez aclarado esto, veamos: ¿cómo se puede hacer Logopedia dentro de la Atención Temprana?

Aunque los modelos basados en los déficits han sido los más utilizados, en la actualidad, y desde hace años, existe un cambio de paradigma que pone el foco en las necesidades, las potencialidades y la funcionalidad. Se trata de las Prácticas Centradas en la Familia y el Entorno Natural (PPCCFF-EN), que evidentemente también incluyen las impresiones biomédicas, las teorías educativas y la actualidad social.

Desde la Logopedia, la escucha genuina del otro/a es una de las tareas más necesarias. Y las PPCCFF-EN centran su atención en las demandas de la familia y sus preocupaciones, no únicamente en el conocimiento del terapeuta sobre una técnica determinada. Para detectar estas necesidades, es necesario escuchar incluso lo que no se dice con palabras.

De hecho, si analizamos las rutinas de una familia y de un niño/a en casa, en la escuela infantil, en el colegio, en su entorno natural… nos daremos cuenta de la cantidad de situaciones comunicativas que aparecen, suficientemente significativas para potenciar, por ejemplo, el lenguaje y la comunicación. El/la logopeda ayuda a identificar estas situaciones y a acompañar a los padres para entender qué ocurre con la comunicación de su hijo/a.

En Baleares, el/la logopeda forma parte de los equipos de los Serveis d’Atenció Primerenca i Desenvolupament (SEDIAPs), junto con el/la psicólogo/a, el/la fisioterapeuta, el/la trabajador/a social, el/la terapeuta ocupacional y el/la pedagogo/a. Desde las PPCCFF-EN, se trabaja desde la transdisciplinariedad. Esto nos lleva a la figura del terapeuta como referente único (o técnico de atención temprana), donde cada familia tiene un técnico de referencia que acompaña en el proceso de desarrollo del niño/a y de la propia familia.

Las familias y los niños/as son quienes marcan el ritmo y el tempo del proceso. El/la logopeda acompaña como técnico/a referente a una familia y tiene la confianza y la certeza de que es apoyado/a por otros/as terapeutas de su equipo, quienes revisan necesidades no logopédicas que puedan surgir. Y viceversa, el/la logopeda puede acompañar a otro/a profesional referente de una familia que, de repente, expresa necesidades más relacionadas con la logopedia.

Es cierto que esta forma de trabajar, hoy en día, todavía genera cierta inquietud. En la comunidad educativa, dentro del modelo biomédico e incluso en la propia Atención Temprana, esta metodología de trabajo es a menudo criticada. Curiosamente, y a pesar de que la evidencia apunta a trabajar en equipo donde la comunicación sea honesta, real y a veces incómoda, es más sencillo comprender la perspectiva clínica y parcelada que coloca al profesional y a su disciplina como solucionadores de las dificultades que enfrentan las familias y los niños/as.

Esta manera de trabajar moviliza, genera reflexión, hace pensar y nos saca de nuestra zona de confort. Nos iguala. Y posiciona a los profesionales como agentes activos y horizontales junto a las familias. Las familias son quienes conocen a sus hijos/as, y los profesionales aportan las técnicas. Pero el diálogo entre ambos es imprescindible para encontrar la mejor estrategia que permita a cada familia acompañar el desarrollo de su hijo/a.

Todo esto nos lleva a mucha reflexión y a un amplio debate. Es la manera de garantizar que la comunicación no desaparezca y que la evolución continúe. Por ello, ponemos en cuarentena una serie de creencias que aún se escuchan en las consultas de Logopedia en Atención Temprana:

  • «Preferimos hablar solo un idioma a nuestro hijo porque así no se confundirá». La evidencia dice que una lengua – una persona, pero que vivir con más de un idioma no causa retraso en el lenguaje.
  • «Si usamos gestos, limitamos que hable». Está neurológicamente comprobado que el gesto facilita la palabra; por eso gesticulamos al hablar. La palabra es la ruta más económica que tienen los humanos para comunicarse y, si podemos hacerlo oralmente, no lo haremos de otra manera.
  • «Debe hacer logopedia cada semana, no podemos parar». Todo aprendizaje requiere tiempo de descanso. Es necesario entender que, muchas veces, la necesidad de la logopedia es más de las familias que de los niños/as. Los momentos de comunicación y lenguaje son continuos. La mejor logopedia es la propia vida y las situaciones comunicativas que en ella aparecen; esto es lo que debemos aprender a observar y valorar como logopedas.
  • «Está muy triste y frustrado porque no puede comunicarse». En realidad, esta frustración y tristeza suelen ser de los padres, que no logran comunicarse como quisieran con su hijo/a que aún no habla y creen que ya debería hacerlo. Quizá primero debemos entender qué significa comunicarse y reconocer que la no comunicación no puede existir. Siempre que hay comunicación, hay alguien que expresa, alguien que escucha y un mensaje. Escuchar ese mensaje, y no solo la respuesta que queremos oír, es esencial.
  • «Hasta los 3 años no puede comenzar logopedia». Esta premisa no surge del desarrollo del niño/a, sino de la gestión de recursos, presupuestos y la organización de servicios centrados en disciplinas técnicas, no en el niño/a o la familia. Si un bebé necesita estimulación de la succión/deglución para mejorar la lactancia materna, está claro que no esperaremos hasta los 3 años.
  • «Cuanta más logopedia haga, mejor». Vivimos en una era de inmediatez y de pensar que hacer más es hacerlo mejor. Esta idea nos sabotea porque el desarrollo infantil no funciona así. Este fenómeno es muy delicado, ya que cada niño/a tiene su propia ruta de aprendizaje y evolución.

Quizá, si entendemos la situación, los conceptos técnicos, la organización de los recursos, y comprendemos cómo aprende y se desarrolla nuestro hijo/a, además de cómo nos relacionamos como familia, esto nos ayude a acompañar mejor su infancia y a entender cómo podemos potenciar o disminuir sus dificultades.

Quizá, si nos comunicamos, nos relacionamos y coordinamos con el profesorado, médicos, personal educativo…, podamos establecer puentes, conexiones y compartir experiencias que nos lleven a trabajar con más sentido de la realidad de cada familia y cada niño/a.

Quizá podamos crear un sistema o una sociedad que no busque únicamente etiquetas y diagnósticos, sino que tenga recursos para favorecer las potencialidades de sus individuos.

Quizá, así, descubramos una forma de comunicarnos que permita escucharnos, comprendernos y existir.